“Déjame morir amando y así no moriré nunca”- Con esta frase pronunciada por Concha Velasco, con ímpetu y devoción por la vida, finalizaba la representación de “Metamorfosis”, una obra magistral a la que tuve la fortuna de asistir este verano pasado en el Festival de Teatro Clásico de Mérida. Se trata de la versión de Mary Zimmerman sobre las Metamorfosis de Ovidio, la obra cumbre del poeta romano, en la que recoge mitos y leyendas de dioses, héroes y reyes, historias que hablan de miedos, amor, ambición, celos, deseos…un retrato atemporal de la realidad con la que los seres humanos convivimos cada día. La esencia de las diferentes historias que se muestran en la representación, es la cualidad que tenemos las personas para transformarnos a través de un proceso de comprensión y madurez al que nos vemos expuestos por las circunstancias de nuestra existencia. La verdad es que me parecía un tema muy interesante sobre el que reflexionar desde mi propia experiencia.
A lo largo de los años que llevo practicando mindfulness he pasado por algunas etapas en las que anhelaba cambiar, mejorar, sentirme más feliz, responder a algunas situaciones de otra manera…algo así como esperar que se diera una transformación en mí lo suficientemente significativa como para sentir que mi anhelo de cambio quedaba consumado. Poco a poco me di cuenta de que esto, por una parte, es una fuente de motivación que te impulsa a crear las condiciones para que esos cambios ocurran, pero también, y al mismo tiempo, puede ser una trampa, una forma de distracción, o mejor dicho, de evitación de la realidad del momento presente en aras de encontrar otra realidad o situación personal más deseada y alineada con esa necesidad de cambio. Dicho de otra forma, estoy aprendiendo, por la propia experiencia, que cualquier posibilidad de cambio, aprendizaje o crecimiento personal pasa por transitar conscientemente las circunstancias que me toque vivir, me gusten más o me gusten menos, y especialmente pasa por convivir con las emociones y estados que dichas circunstancias provocan en mí en función de cómo las interpreto cognitivamente.
En general, por una cuestión de funcionamiento biológico muy básico, tendemos a acercarnos al placer y huir del dolor. Lo complicado de esto es que el placer y el dolor forman parte inherente de la existencia, de tal forma que ambas experiencias nos acompañan inevitablemente a lo largo del tiempo. El placer es obviamente muy llevadero, en la mayoría de los casos, pero las circunstancias que generan dolor, estrés, dificultad o malestar no lo son tanto, y a veces la vida nos invita a morar en la incomodidad de sentirnos así: afectados, bloqueados, desorientados, confusos, dolidos, frustrados, atascados, desconectados… y digo “invita” porque desde una perspectiva que tenga en cuenta las posibilidades de aprender y crecer, entrar con plena consciencia en estos estados es responder a una invitación que la vida nos ofrece para descubrir, comprender o encontrar algo nuevo que sirva de alimento para nutrir esa metamorfosis a la que estamos llamados una y otra vez como seres humanos. Exponernos a vivir conscientemente los estados poco deseables que a veces nos invaden, es atrevernos a mirar de frente a nuestras heridas no curadas, a las rígidas estructuras de pensamiento aprendidas y a los comportamientos repetidos con los que una y otra vez reaccionamos ante el mundo.
Somos fuertes, creativos, flexibles, sabios, amorosos y lúcidos, y esos recursos están ahí, sin embargo para descubrir y disfrutar con más asiduidad de estos tesoros que contenemos necesitamos que algo de luz se filtre a través de las grietas que se forman cuando estas viejas estructuras comienzan a resquebrajarse. Y esto solo es posible a la luz de la consciencia. Por eso creo que todo lo que buscamos en el fondo pasa por ir aprendiendo poco a poco a estar en el presente con lo que se presente, porque es el camino hacia una vida donde podamos ir más allá de la forma anterior.
Si quieres explorar esta posibilidad, pregúntate, ¿cómo me siento hoy en relación con las cosas que me están pasando en estos momentos de la vida? ¿puedo darle espacio a cómo me siento y permitirme estar así, sin juzgarme, ni querer que esta sensación desaparezca? ¿qué pasa dentro de mí cuando soy capaz de sostener lo que siento de esta forma?
Juan Cruz Morgado
Profesor de mindfulness y coach personal